jueves, 14 de agosto de 2008

Dos estrellas

En la desprolijidad celestial de un inmenso cielo vespertino, una solitaria estrella comenzó a brillar.
Me observa, fiel en su posición. Algunas nubes esfumadas quieren taparla pero ocultar su belleza es tan imposible como transcribirla.
En mi espalda, la noche. En mi frente, el horizonte. Y un sol se esconde. No se cae, se desliza majestuosamente.
En mis pupilas su radiante luz.
Un estrella solitaria, marginal. Pero tan enérgica y pura, que me transporta...
De pronto, ya no está sola. Otras estrellas resurgen, siempre escoltandola. Es que su imponente luminosidad no le permite ser menos que más.

En otro tiempo hubiera afirmado que detrás de tal claridad, de tal sublime astro, se encontraba la misma armonía con que unos ojos tenuez en un rostro esbeltamente arrugado, me observaron durante seis años.
Mirada que solo puedo recordar vagamente y con gran esfuerzo. (Hay personas a las que me niego rotundamente a olvidar. No me lo perdonaría jamás, no merecen tal desprecio.)
Hoy mis creencias están atadas a mi confianza. Hoy solo confío en mí, y a veces ni siquiera.
Ya no creo que esta mujer me mire desde algún rincón del universo, "desde arriba".
Hoy no creo en que me mira, no creo que me haya visto crecer. No creo que esté a mi lado, porque no creo en lo que no veo.
Sólo creo en el recuerdo. Creo en quienes me dicen que esa mujer fue excepcional. Creo en quienes me cuentan de su simpleza y su bondad.

No creo en la falsa esperanza de volver a verla.
Como tampoco creo que sepas, abuela, como me duele tu eterna ausencia.