miércoles, 22 de octubre de 2008

secreto

Salió apurada del negocio (vendedor de información)
al que concurría habitualmente.
Cuando la tomó del hombro y giró su cuerpo
una persona a la cual ella siempre miró
con brillo en los ojos
pero que sin embargo jamás idealizó.

- Disculpame, ¿estás bien?.
- Sí...
- Estás llorando.
- No...
- ¿Puedo ayudarte?. Podes confiar en mí,
aunque para vos sólo signifique un empleado desconocido.
- Gracias, pero no podes ayudarme...
- Estás equivocada. Puedo ayudarte porque así lo necesito.
(...mientras la miraba a los ojos intensamente directo,
levanta su mano, la otra que no estaba apoyada
en su hombro y, por propio arte y simpleza,
corre las lágrimas de su mejilla, acariciándola,
cual viento a su pelo, secando su cara de la pena que la cubría...)
- Gracias.- Dijo ella avergonzada, temerosa y vulnerable.
- Una mujer tan hermosa no debería llorar por un hombre,
aunque desconozco el motivo. Pero de haber acertado,
le confieso que el día en que las mujeres logren entender
cuan débiles somos ante su belleza,
será el fin de sus tontas lágrimas y de nuestro efímero poder.

Ella lo miró y se fue. Jamás se volteó, porque las mujeres
no se dan vuelta para ver como el hombre,
inquietamente inmóvil, las observa alejándose.
Ella se fue pensando en él y él pensando en ella.
Un ardor los invadía, sin sorprenderlos.
Él siempre la miró con brillo en los ojos,
siempre que ella no lo miraba.
Y eso es parte de lo que ella no supo percibir.

A veces pasa simplemente así.
El tiempo sigue y nosotros cargados de dudas,
de oportunidad desaprovechadas.
Vagamos por el tiempo,
con la consciente inconsciencia
de que carecemos de eternidad.
Pero la cobardía puede más
y derrochamos la virtud de expresarnos.