Necesito escribirte porque el viento no quiere escucharme
y se niega a llevarte mis sonidos.
En cambio, este papel disfruta el desliz
de la tinta que lo moja.
Voy a escribirte para contarte que sencillamente te extraño.
Más que a cualquier otra cosa en el mundo.
Será que nunca perdí nada de tanto valor,
aunque tampoco sé medir el valor de nada.
Pero esto es mucho más que todo y nada.
Te escribo a vos, como vos le escribías a tu padre.
Nunca entendí por qué lo hacías.
Ahora estoy en tus zapatos.
Cierro los ojos y recuerdo y lloro, consecuentemente.
Es algo inevitable.
Y mis lágrimas son tan solo el reflejo del dolor...
El dolor de haber perdido al padre con quien compartí
todo mis días. Desde lejos o desde muy cerca,
pero siempre estabas ahí.
Y yo indiferente, tan estúpida.
El padre que me enseñó tanto y tan poco.
El padre con más aciertos y más errores que ninguno,
pero sobre todo (y si me escucharas llorarías conmigo)
quien más amor me dio.
Amor verdadero.
El padre de tres hijos que siempre lo juzgaron,
que para discutir estaban primeros,
pero en los abrazos, últimos.
Siempre avergonzándome
y hoy tengo el orgullo quemandome en el pecho
por ser tu hija y vos mi padre.
Tarde, siempre es tarde.
El padre que al fin y al cabo luchó tanto
por nosotros que el corazón le dijo basta,
y lo devastó.
Ya no estás fisicamente, pero la esencia perdura.
Mi memoria está más activa que nunca.
En todo y en cada detalle te invoco
y así voy dándome cuenta que estuviste
en todas las escenas de mi vida.
Desde lejos o desde muy cerca.